Pues nos las prometíamos muy felices. Por fin y tras años de espera una empresa decidía organizar una línea de transporte publico que a modo de prueba «experimental» iba a recorrer el bulevar Monivong, la principal arteria de la ciudad.

Colocaron unas cuantas paradas y pusieron un precio muy asequible para los camboyanos 1500 riels (algo menos de medio dólar por trayecto).  Hartos de atascos , comenzaron a usar el autobús publico como si lo hubiesen hecho durante toda la vida. PERFECTO…. parecía que de una vez por todas se iba a hacer algo serio en esta jungla de cemento en la que se está convirtiendo Phnom Penh.

La prueba arrojó unos buenos resultados, pero… cuando la empresa (japonesa por cierto) decide comenzar a dar servicio regular, llega nuestro querido gobierno y le dice que si quiere prestar el servicio tiene que pagar una concesión de esas que tienen unos cuantos ceros. Pero claro, no pueden subir el precio del billete por trayecto. ¿Final de la historia?  Los japoneses han salido corriendo y los habitantes de Phnom Penh se han quedado sin autobús público.

Lo que decía: Camboya, ver para creer.

Muchas veces me pregunto a mí mismo de dónde habrán sacado los camboyanos este modelo de negocio, de vida. Está claro de dónde vienen  este tipo de «apaños»,  de acuerdos de enséñame y ya lo hago yo por mi cuenta un poco más tarde. Viene de una zona de Asia un poco más al norte, China en pocas palabras. Desde los ojos de occidente este tipo de «apaños» no tienen la menor ética y carecen de cualquier tipo de principio. No debemos olvidar que estamos en Asia y en Asia los principios, los valores y los acuerdos no tienen nada que ver con los nuestros.

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