Recuerdo ahora como palabras premonitorias el saludo que el piloto de Silkair nos brindó – a las 6 de la mañana cuando el sol apenas se atrevía a salir- al iniciar el vuelo de Singapur a Phnom Penn: “Bienvenidos a esta parte de la Tierra”. Jamás nos habían recibido con estas palabras en un avión. Jamás habíamos visto una parte de la Tierra cómo la que íbamos a descubrir. Cuándo aterrizas en Phnom Penn ves que Camboya es un enorme tuk-tuk. Camboya te pasea por un paraíso de vida. Respirándola. Te pasea con la sencillez de quien no sabe que es una perla. Te pasea con la humildad de quién ha vivido lo suficiente como para saber que eres bienvenido. Te acoge. Te sonríe. Te brinda los arrozales y te muestra cómo se trabajan. Te muestra la dureza del trabajo y te sonríe. Con la misma sonrisa que edificaron los templos de Angkor. Adorable sonrisa. Diosa. De los templos ahora surgen raíces. Camboya crece a partir de su adorable pasado hacia un presente increíble. Crece acogiendo los cráneos de sus mártires. Crece perdonando. Prefiere la hamaca cuándo aprieta el calor a la venganza. Enésima lección de tu viaje. Un país que ingiere arañas y orugas y grillos, escúchalo. Demasiado diferente para volverte de vacío. Camboya es una motocicleta que nos acoge a todos para transitar por la vida.

Gracias Salva y Esther por descubrirnos Camboya con vuestros ojos.

Helena, Sílvia, Montse i Enric

Barcelona

Enric, Helena, Silvia y Montse en Camboya